Ilka Oliva Corado 4 de agosto de 2025 Hora: 08:00
Despierta como todos los días a las tres de la madrugada, se pega un estirón en la cama de metal que tiene una pata coja y da un salto, cae parada en el piso de tierra. Destranca la puerta hecha con pedazos de tablas y sale al patio a cepillarse los dientes y a lavarse la cara con el agua fría que recibió el sereno de la noche. Corta un limón en dos, le deja caer un poco de bicarbonato y se lo pasa en los sobacos.
Se amarra el pelo en una cola, termina de ponerse los zapatos y jalar un suéter. Comienza a caminar por el bulevar principal de Los Cerezos, periferia en donde vive y sale en el primer bus que va hacia el mercado Las Golondrinas que queda en la capital. Los pilotos ya la conocen, la ven hacer el mismo recorrido todos los lunes, Julia de ocho años va a comprar la fruta para hacer los helados que vende en el mercado.
A las cinco de la mañana en punto estaciona el bus en la parada, le dice al piloto que no se vaya a ir sin ella. Julia tiene cuarenta y cinco minutos para comprar la fruta y salir despepitada [1] a tomar el bus que, si se va sin ella, le toca esperar el que llega a las ocho y si esto sucede echa a perder el día de venta, porque no llegaría a tiempo para vender los helados y sería un gran desbalance en la economía semanal de la familia.
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